Discutamos el Liderazgo
Jesús Puerta
Hay que discutir el asunto del liderazgo, justo ahora, a punto de convocarse un referendo para enmendar la constitución y permitir que el presidente de la república pueda proponerse nuevamente en las próximas elecciones dentro de cuatro años. Y hay que abordar el tema desde una perspectiva chavista.
Esto puede sonar extraño pues se ha dicho una y otra vez, como un ritual en todo discurso de los dirigentes chavistas, que el liderazgo de Chávez “es indiscutible”. Con eso se quiere decir que su jefatura es inobjetable en el campo revolucionario, que ningún chavista puede objetar que Chávez es el gran líder de esta revolución y nadie, en su sano juicio político, puede atreverse hoy por hoy, a desafiar su autoridad o a competir con él. Esto se refuerza porque en el campo opositor tampoco hay un liderazgo análogo. En ese intento han fracasado, sucesivamente, Salas Romer, Julio Borges, Manuel Rosales, los dos Carlos del sabotaje petrolero y otros nombres cuyo olvido confirma su fracaso. Pero el hecho de que sea inobjetable el liderazgo de Chávez, no niega que se deba discutir, especialmente en el campo revolucionario, el problema del liderazgo. Por el contrario.
La tradición de la izquierda mundial y criolla adopta una actitud curiosa respecto al tema. Por un lado, subraya el carácter colectivo, histórico y definitivamente impersonal de las fuerzas revolucionarias. Por el otro, produce discursos apologéticos de líderes específicos. Esto último ha llegado a veces (lamentables veces) hasta lo que Kruschev llamó, un tanto eufemísticamente, “culto a la personalidad”. En el medio, hay consideraciones acerca de la “personalidad histórica”, retomando un hegelianismo de segunda mano (la de Marx, por supuesto): hay situaciones en que determinadas personalidades sintetizan en sus cuerpos, sus discursos, sus actitudes, sus rasgos singulares de personalidad, las peculiaridades, lo mejor y lo peor, de esas fuerzas colectivas e históricas que impulsan el proceso. Pero hasta ahí.
Del lado de la derecha, también hay una actitud curiosa. Por un lado, se desconfía de la “gran personalidad” interpretándola como síntoma de la debilidad de las instituciones (una especie de weberianismo genérico) o como rasgo definitivo, imperdible, del fascismo. Por eso el liderazgo de Chávez aparece como una realidad de doble faz: una fortaleza y una debilidad a la vez. La debilidad consiste en que nadie más puede liderar el chavismo. Todo descansa en un solo hombre.
Por otro lado, todavía desde la perspectiva genéricamente burguesa, hay toda una literatura de autoayuda gerencial que resalta el liderazgo y los líderes, como un elemento fundamental para la conducción de toda empresa, entre ellas el estado (porque, desde esta óptica, el estado, el gobierno, es una empresa). También a veces se encuentran apologías “históricas” (por ejemplo, la biografía política de Rómulo Betancourt por Manuel Caballero) que todo adeco lee con un muy comprensible suspiro nostálgico atravesado.
Corriendo el riesgo de ser tachado de sincrético o ecléctico, pienso que hay algo cierto en cada una de estas miradas al liderazgo. Efectivamente, los grandes líderes sólo aparecen cuando las masas echan a andar procesos de cambio social cuyas proporciones y complejidad demandan la figura de alguien que los conduzca y los simbolice. Esos líderes reúnen ciertas características que tienen que ver con ciertas disciplinas o “técnicas” de sí mismo, tomando prestado momentáneamente la idea de Foucault. Quiero decir: el líder tiene condiciones “especiales”, pero ellas son cosechadas, formadas, ejercitadas. Todo líder, por ejemplo, tiene que manejar los hábitos de las personas altamente efectivas, las que sistematizó Covey, así no lo haya leído: tener prioridades claras, tener un plan, concentrarse, saber qué hacer cada día, cuidarse estudiando, pensando, dejándose espacio para su autofortalecimiento. De Napoleón se decía que sabía los nombres de cada uno de sus soldados. Esa memoria asombrosa para las caras, los nombres, las circunstancias singulares, es muy útil para lograr esas lealtades personales sobre las cuales se construye una fuerza en torno a sí. El líder tiene que desarrollar empatía, saber mirar a la gente a los ojos, conectarse emocionalmente, patear calle, saber escuchar, adaptarse a cada auditorio, parecer franco y hasta serlo. A ratos manipular. Y, eso sí, imprescindible: debe tener una capacidad de trabajo que a los demás mortales nos parezca monstruosa. Eso se puede ejercitar, eso se puede desarrollar, esas cualidades no caen del cielo.
Yo también pienso que no hay chavismo sin Chávez. Eso por muchas razones: la mayoría relacionada con lo que sintética y un poco eufemísticamente caracterizaremos como “inmadurez política, organizativa y teórica de la institución PSUV”. Pero el principal factor es que ninguno de los dirigentes chavistas, ninguno, ha desarrollado sus cualidades de líder. Chávez se ha referido a ellas en sus discursos de juramentación de los nuevos gobernadores. Es bueno que esos dirigentes tomen nota.
En cuatro años, el chavismo no puede desarrollar un liderazgo sustituto. Por eso creo que es conveniente la opción de la enmienda planteada. Se requiere un poco más de tiempo. Pero también que el propio presidente advierta la debilidad de su fortaleza: el socialismo venezolano no puede depender de un solo hombre para su proyección histórica. Por su propio bien, hay que formar a los nuevos dirigentes.