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Archive for noviembre 2008

CONTRIBUCION A UNA CRÍTICA DE LAS TEORIAS GERENCIALES CAPITALISTAS

Jesús Puerta

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Detalle de "Another Brick in the Wall". The Wall. Pink Floyd

1.- Introducción:


Las modas gerenciales en boga desde hace tres décadas, son ideologías que pudieran sorprender por manejar elementos de aspecto utópico: En lo organizativo: “aplanamiento” organizacional, sustitución del despotismo industrial por una participación “igualitaria” de los trabajadores, descentralización organizativa, sustitución de la burocracia por la deliberación; en lo específicamente gerencial: sustitución del administrador por un “líder orientador e inspirador”, énfasis en aspectos “espirituales”, antropológicos, sociológicos, psicológicos, paso al “teletrabajo”, profundización de relaciones más “comunicativas” posibilitadas por las TICS; en lo filosófico: apelación a una ética colectiva empresarial (que no individual del empresario); en lo cognitivo o epistemológico: determinismo tecnológico, culto al cambio y a la innovación.

Lo más obvio sería observar cómo muchas de esas promesas son simples mentiras. Confrontar lo dicho acerca de los cambios en la organización con la profundización de la sobreexplotación del trabajo o la “deslaboralización”, las terribles consecuencias sociales de la “flexibilización laboral”, o contrastar la apelación a la “ética empresarial” (o hasta la “responsabilidad moral del Capital” de Emeterio Gómez) contra los fraudes contables que estuvieron detrás de la crisis financiera que derivó en la gran crisis general del capitalismo mundial en la actualidad, o la charlatanería de la globalización y la descentralización contra la concentración en los capitales transnacionales en los grandes centros imperialistas y su respaldo en los gobiernos imperialistas.

Pero la ideología puede tener una eficacia más sutil. Temas como el de la “Responsabilidad social” (asociado al asunto de la “ética empresarial” de Adela Cortina) se han colado en algunas reflexiones sobre el socialismo, y en las propuestas de las llamadas “Empresas de Producción Social”.

Por otra parte, salvo el “stajanovismo” que no pasaba de ser una versión soviética del taylorismo, algunas reflexiones generales del Ché Guevara y los argumentos polémicos de los chinos contra la restauración capitalista en la URSS, el pensamiento de izquierda no agregó mucho a los métodos específicos del socialismo en lo que se refiere a la organización y la gestión de las empresas de producción de bienes y servicios. Esto significa que la reflexión sobre esos temas adquiere hoy un carácter más significativo.

En todo caso, se requiere una discusión de estos temas en perspectiva de elaborar una teoría del decisor (ya no del gerente) y de la Empresa Socialista, en esta fase de transición al socialismo en Venezuela. La necesidad se hace más clara si queremos evitar el nominalismo burocrático (creer que las organizaciones cambian sólo porque cambian de nombre o, peor, porque tengan el adjetivo “socialistas”). Por lo demás, más allá de la promoción de las “modas”, es poco lo que se avanzado en la mera actualización de la gerencia en Venezuela, especialmente en lo que se refiere a las empresas del estado.

La discusión y elaboración de esa teoría, tiene que ver, por supuesto, con la discusión acerca de la premisa fundamental del neoliberalismo (hoy en bancarrota incluso para sus representantes políticos): que la planificación es imposible y además conduce a la destrucción de la democracia y a la sumisión totalitaria; que la única manera de conservar la libertad y desarrollar la democracia, es resguardar como valor absoluto, contra toda búsqueda de “justicia social”, la propiedad privada.

Hay otro aspecto en el cual esta discusión es productiva. Esas ideologías utilizan elementos utópicos por dos razones: porque son atractivos y porque constituyen una solución (así sea “soñada”) frente al despotismo del capital. Por ello, por su potencial políticamente movilizador y por su calidad de vislumbre de la sociedad alternativa, es de interés para nosotros abordarlos en su “almendra” racional, en el lado que nos ayude a los socialistas diseñar nuestra utopía.

Iremos entonces criticando los aspectos arriba enumerados, haciendo ver sus contradicciones y aporías, que sólo pueden resolverse en una nueva síntesis o en una “indecidibilidad” que alude a una creatividad ciertamente impredecible, sólo alcanzable mediante cierto utopismo.

2.- Las tendencias en la teoría de la organización:

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Detalle de "Another Brick in the Wall". The Wall. Pink Floyd

La evolución de las teorías de la organización empresarial, ha atravesado por lo menos por tres etapas, denominadas por Rincón y Romero (2002) como organizaciones mecánicas, orgánicas y ecológicas. Algunos autores simplifican las posturas a dos modelos básicos: la “moderna” tradicional, burocrática, piramidal, despótica, taylorista o fordista; y la “postmoderna”, muy impactada por las tecnologías de información y comunicación, de organización “aplanada”, participativa, con “sentido de pertenencia”.

Habría que decir que todavía, en nuestro país, la concepción predominante es la primera, basada en una extrema división del trabajo, en la fragmentación del proceso de producción en pequeñas operaciones simples y repetitivas; una estructura funcional altamente jerarquizada, asignación clara y fija de roles y tareas especializadas, con reglamentaciones rígidas. En ese marco, Fayol sintetizó las funciones clásicas de la administración en planificar, organizar, ejecutar, coordinar y controlar. Weber sistematizó las características de la organización burocrática, regida por una racionalidad abstracta y formal. Esa burocracia se basa en reglas claras y determinadas, impersonales, calculable. Las actividades se agrupaban lógicamente en las funciones de los departamentos, cuya distribución, orden y jerarquía, podía esquematizarse en un organigrama. La autoridad y la responsabilidad fluyen claramente de arriba abajo. Esta forma de organización empresarial es el paradigma clásico del despotismo de fábrica, del despotismo del capital. Es la estructura que con más claridad se corresponde con lo que Marx conceptuó como la subsunción formal y real del trabajo asalariado al capital, a la máquina: la alienación del trabajo asalariado.

El segundo modelo se fue diseñando a partir de las transformaciones del mercado mundial durante la década de los setenta, cuando la industria japonesa desplazó a la norteamericana y la europea en el mercado mundial. De inmediato, los rasgos de la empresa japonesa se convirtieron en objeto de estudio de los nuevos “gurús” de la gerencia. Uno de los primeros rasgos encontrados por los observadores norteamericanos (Demings, por ejemplo) fue el énfasis en la calidad, en contraste con la industria norteamericana que contaba con una obsolescencia planificada que le permitía mantener la producción en masa de los años cincuenta y sesenta. Los estudiosos se consiguieron con que las empresas japonesas, radicadas en culturas completamente diferentes de la anglosajona, basaban sus relaciones laborales en la confianza, en la estabilidad laboral a veces de por vida, en el trabajo en equipo, en lealtades duraderas, en responsabilidades colectivas. Todo esto contrastaba con el esquema de lucha sindical, fragmentación del trabajo, extrema división de las labores, la responsabilidad delimitada. Esto se denominó en su momento “teoría Z”, y llevó a ciertos cambios en la concepción global de los negocios, incluido la noción del gerente y de la organización misma.

Mientras que la organización fordista, taylorista y weberiana, hace énfasis en las tareas rutinarias, una racionalidad impersonal y las estructuras rígidas, y por tanto eran poco adecuadas para los cambios y desafíos que hicieron en su momento los japoneses, se buscó un nuevo modelo más abierto y flexible, capaz de adaptarse a entornos cambiantes. Otra de las variables que se adujeron para el cambio de modelo fueron las mutaciones tecnológicas. Se habló de un nuevo paradigma tecnoproductivo, especialmente debido a las nuevas tecnologías de información y comunicación. Entonces, se requirió un modelo capaz de adaptarse rápidamente a un entorno cambiante y turbulento: la globalización de la economía, la intensificación de la competencia, la reducción del ciclo de vida de los productos y la precipitación del los cambios tecnológicos. La organización se entiende entonces como contingente, adaptativa, cambiante. Ya no existe una sola forma óptima de organizarse: cada estructura deberá diseñarse de acuerdo a las exigencias del entorno, a los cambios tecnológicos, a las nuevas demandas. La flexibilidad y la innovación aparecen como nuevos valores determinantes. La organización depende de la forma de compatibilizar entre estrategias, estructuras, compromisos, necesidades del personal y del entorno. La diferenciación entre funciones, la estructuración de los departamentos, no debían hacerse determinantes. Se habla de otras formas de integración de las actividades: de equipos multifuncionales, interdisciplinarios. Se habla de redes, organizaciones “inteligentes” capaces de aprender, matricial, etc. Modelos todos que flexibilizan al máximo las estructuras y, en consecuencia, los organigramas.

Pero como la percepción de que el cambio es lo permanente, se hace necesario pensar en una teoría ecologista que valore como fundamental los cambios del entorno en perspectiva sistémica. La “mano invisible” del mercado ha de complementarse con la “mano visible” de la gerencia, la cual combinará y buscará alianzas entre diversas organizaciones. La organización produce de esta manera su propio “hábitat” donde se hace posible, a la par que competir, cooperar en la consecución de recursos. A lo interno, se aprovecha al máximo tanto la organización formal como la “suave” de las relaciones informales y personales. Cambian las metáforas, tal vez más imprecisas: relaciones “líquidas”, “pluricelulares”, matricial, de interactividad generalizada; se busca crear una comunidad donde se estimule la innovación y la creatividad. Se enfatiza la cooperación, relacional, compleja. En una economía donde se valora el conocimiento como nunca antes, la organización debe ser bastante hábil y flexible para aprovechar las innovaciones. Más que estructuras, se habla de contactos directos, personales, matrices, distribución y redistribución de roles.

En todo caso, la concepción organizativa que signó la modernidad industrial, es desplazada en teoría por un nuevo modelo (“postmoderno”) donde ya no hay estructuras verticales o piramidales, sino horizontales, en red; el estilo de dirección ya no es más rígido y formal, sino flexible e informal; la innovaciones ya no son graduales, sino radicales, en una producción que tiende a pasar de masivas a personalizada; se pasa de hacer énfasis en la cantidad, para detenerse en la calidad; el desempeño se basa más en el crecimiento que en la seguridad y la estabilidad; el liderazgo no es simple autoridad formal, sino que sirve para “inspirar” y “motivar”; ahora, se cuentan entre los principales activos la creatividad, el conocimiento y el acceso y procesamiento de la información; la colaboración y la creatividad desplazan cualquier fragmentación del trabajo, divisiones rígidas del trabajo, subordinación mecánica, la rutinización de las tareas, etc. Propias del anterior modelo. Se asume que el nuevo modelo es descentralizado, valorizador del “capital intelectual”, impulsado por la innovación tecnológica, orientado a personalizar los productos, centrado en la calidad, en una visión global, flexible, rápida, uso intensivo de las TICS.

Dos grandes observaciones caben después de esta exposición. La primera es que, no solamente en Venezuela, sino en el mundo, todavía la organización piramidal, despótica, burocrática, fordista, es predominante. Es cierto que los países centrales, desde por lo menos la década de los setenta, han pasado a otros esquemas empresariales llamados por algunos autores como “postfordista”. Es lo que Alain Touraine llamó “sociedades postindustriales”, destacando el cambio sustantivo en la composición de las masas trabajadoras, y la tendencia al crecimiento del sector terciario sobre el industrial. También es cierto que esas “modas gerenciales” impactaron sobre manera el ambiente ideológico interno de las empresas, buscando e intensificando la identificación del asalariado con ellas. Otra realidad, es la relevancia que ha adquirido el trabajo intelectual, la capacidad innovadora, la labor intangible y fundada en la competencia comunicativa y lingüística que se ejerce en el trabajo en equipo. La mecanización e incluso la robotización han transformado la calidad de las tareas. Pero, al mismo tiempo que los programadores e inventores de los juegos de video “inventan” en un ambiente sumamente flexible, creativo, entretenido, imaginativo; las trabajadoras que construyen los aparatitos lo hacen en agotadoras jornadas manuales de hasta 12 horas diarias, de pie, con salarios de hambre, con la amenaza de que si protestan por las terribles condiciones en que laboran, la empresa puede optar por irse a otro país donde hay una fuerza laboral sin mayores derechos. Es decir, el postfordismo no desplaza al fordismo; más bien coexiste con él y lo complementa. La llevada y traída “flexibilidad” de la empresa, tiene la otra cara de la “deslaboralización”, los contratos personales, a tiempo limitado, el desempleo estructural creciente, la abolición en la práctica de los logros de la clase obrera a través de estos siglos en el mundo de la globalización feroz.

La otra observación es que esos nuevos modelos organizativos tienen efectivamente, en teoría, aspectos cercanos a los utópicos de un trabajo emancipado. Aparte de la posible congruencia de los elementos (descontextualizados, claro) de horizontalización de las estructuras organizativas, con las propuestas de participación de los trabajadores en las decisiones y revisión radical de la fragmentación alienante del trabajo, hechas desde posiciones socialistas; cabe destacar que se ha insinuado una nueva “ética” basada en la colaboración cooperación, el entretenimiento y la realización personal artística, a propósito de la formación de comunidades de programadores de “software libre”. Es decir, pareciera que las nuevas tecnologías de Información y comunicación están insufladas por cierto aire utópico, igualitario, democrático y libertario. Esto pudiera dar que pensar que se ha cumplido, en cierta manera, la interpretación del marxismo por la cual el avance de las fuerzas productivas (en este caso, las nuevas tecnologías aludidas) crea las condiciones de realización de las utopías; son el germen de su actualización. Pero esto supondría cierto determinismo tecnológico, sobre el cual volveremos.

Otro enfoque interesante y pertinente a lo que aquí comentamos, es el de Carlos Lanz. En una serie de textos que ha circulado por Internet, Carlos Lanz ha hecho una síntesis de su experiencia como investigador de fenómenos educativos y sociales, así como su pasantía al frente de ALCASA, para plantear un punto de vista centrado en una transformación en la división del trabajo. Demás está decir que si se emprende una acción transformadora de la división técnica del trabajo en un ambiente industrial, se impacta directamente la concepción de la organización y de la gerencia, aunque no se presente así. En este contexto, Lanz se refiere específicamente a una humanización del trabajo, a la participación democrática de los trabajadores en la gestión (en el plano organizacional, Lanz propone los consejos de fábrica, articulados con los consejos comunales), al desarrollo humano integral, al cambio actitudinal y la formación permanente de los trabajadores. Todo ello derivado de una reflexión general acerca del modelo de desarrollo y la reinvención de las industrias básicas.

El estilo expositivo de Lanz remite a una serie de oposiciones, de las cuales cabe entender que el autor se pronuncia siempre por el segundo término de cada una de ellas.

  • ¿Crecimiento económico o desarrollo humano integral?
  • ¿Capitalismo de Estado o transición rumbo al Socialismo?
  • ¿Exportaciones tradicionales (desarrollo exógeno) o diversificación de la producción aguas abajo (desarrollo endógeno)?
  • ¿Dependencia de traders y carteles o desarrollo de nuevos productos y mercados?
  • ¿Concentración territorial u ocupación integral del territorio?
  • ¿Exclusión o inclusión social
  • ¿Depredación y contaminación ambiental o industria limpia – sostenible?
  • ¿Profundización de las transformaciones o cambiar para que nada cambie? ¿Reforma o revolución?

De estas oposiciones, derivan las otras más específicas.

  • ¿Reproducción de la burocracia o ejercicio de la democracia de los trabajadores?
  • ¿Sindicalismo tradicional que se remite sólo a la lucha económica o movimiento obrero que asume roles de sujeto político, jugando papeles de dirección en la fábrica?
  • ¿Perpetuación de la división del trabajo taylorista o cambio en la cultura organizacional de la empresa?
  • ¿Continuación con la lógica mercantil de las Compañías Anónimas – Sociedad Anónima o cambios en los estatutos internos en la perspectiva socialista?
  • ¿Gerencia paternalista y jerárquica o simplificación y aplanamiento de las nuevas estructuras?


Lo interesante del enfoque de Lanz es que vincula la transformación revolucionaria con cambios en la organización y la gerencia industrial. Tenemos pues que el desarrollo humano integral implica la transición al socialismo y la revolución; la diversificación de la producción aguas abajo (desarrollo endógeno) lleva al desarrollo de nuevos productos y mercados; la ocupación integral del territorio, la inclusión social u una concepción ecológica que, supone a su vez, un determinado enfoque a la problemática tecnológica. Esta es una visión diametralmente opuesta a la del determinismo tecnológico, que entiende los cambios en la gerencia como impactos del cambio tecnológico. Acá, en Lanz, resultan más bien de una voluntad política revolucionaria que vincula sistemáticamente una concepción del desarrollo (lo concibe como “humano integral”: esto ameritaría toda una discusión), la transición al socialismo, la diversificación productos y mercados (esto también es ampliamente discutible) y una visión ecológica de la ocupación del territorio y el desarrollo tecnológico.


Los aportes de Lanz merecerían una consideración especial que desborda los objetivos del presente informe. Por ello, lo haremos en entregas sucesivas.


3.- La noción del gerente como “líder”:

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Detalle de "In the Flesh". The Wall. Pink Floyd

La concepción del gerente ha tenido una evolución pareja a la de la organización empresarial. Así, hoy en día, más que un simple administrador, se solicita una serie de condiciones y cualidades técnicas, cognitivas, actitudinales, morales, humanas, etc. Que convierten al gerente casi en un paradigma de Ser Humano.

Esto se manifiesta en la introducción de la noción de líder y el tema en general del liderazgo en los textos gerenciales. Hay una revisión paralela de los conceptos de poder y autoridad, relacionada directamente con el tema de los cambios organizacionales Zamora y Poriet, por ejemplo (2006), en una revisión bibliográfica del tema durante la última década del siglo XX y los cuatro primeros años del XXI, se consiguen con que la “nueva concepción del líder” tiene que ver con la aceptación del trabajo en equipo, que deja atrás la fragmentación e individualización de las labores. En medio de un entorno de gran competencia y de muchos y violentos cambios, el rol del líder es el de facilitar los cambios en la organización, mediando entre las disciplinas de esa transformación, que procuran el aprendizaje colectivo, y las estructuras de la empresa, todo ello para “potenciar interrelaciones y canalizar la generación de expectativas que surjan entre todos sus constituyentes; propiciar un clima de confianza, que haga posible la movilización de sí mismos, hacia la aceptación y manejo de los problemas que deben enfrentar“ (ZAMORA Y PORIET, 2006: 64). Más adelante, puntualizan los autores que los líderes guían las cambios organizacionales; son “coaches” (entrenadores deportivos, facilitadores de aprendizajes), proactivos, orientadores, inspiradores y motivadores, superadores de conflictos, reductores de stress. Para todo ello, deben combinar su autoridad formal con las relaciones informales, su “influencia personal”.

Así “los líderes de mayor éxito deben cumplir cuatro tareas principales:

1. Presentar una estrategia convincente, con una perspectiva múltiple en cuanto al país, ambiente y función, que conecte a los empleados en una escala global.

2. Diseñar la organización de manera que cuente con las estructuras adecuadas para orientar la conducta de los empleados.

3. Inculcar entre el personal una mentalidad global, es decir, infundir valores que actúen como una suerte de adhesivo entre las culturas nacionales representadas en la organización.

4. Movilizar y motivar a las personas a actualizar su visión específica del futuro” (ZAMORA Y PORIET, Ob. Cit., 66)

Los líderes, para esta teoría, deben, sobre todo, movilizar a los trabajadores, estimular a que se ocupen y resuelvan los problemas que se presenten. Una de las maneras es mediante el ejemplo. El gerente líder tiene que lidiar, tanto con el trabajador que sabe que su empleo peligra ante la “flexibilización” actual, por lo que se le exige mayor responsabilidad y rendimiento en aras de su permanencia, como con los empleados “intelectuales”, técnicos, científicos, que muchas veces tienen mayor formación académica que el gerente mismo, por lo que éste debe lograr su compromiso con la firma utilizando recursos psicológicos.

Nótese algunos aspectos de este cambio ideológico. En primer lugar, se deja atrás la concepción burocrática de la mera autoridad formal, lo cual requería impostar cierta impersonalidad en los directivos y distancia en el trato personal. Por el contrario, el líder busca “influir”, “motivar”, y, por ello, el tipo de relaciones que plantea a sus subordinados o coordinados es más personal, emocional, estimulante. En segundo término, las funciones, como ya no están rígidamente definidas, se convierten en problemas a cuya solución el líder debe contribuir a resolver a través de la mvilización de los empleados. El líder dirige un equipo; no concentra decisiones, sino que coordina y estimula participaciones. En tercer término, el líder gerente tiene un aspecto pedagógico (o andragógico, mejor): su actuación tiende a lograr el aprendizaje de parte de los miembros de la organización, manejando los conflictos, bajando el stress, dando el ejemplo. Es decir, en cuarto lugar, su dirección no es meramente técnica, sino también moral, social y psicológica.

Aquí cabe el análisis del postfordismo de Paulo Virno (2003), especialmente en lo que se refiere a la relevancia que adquiere en los nuevos modelos productivos el componente relacional social y el lingüístico. Virno observa que ahora la plusvalía se extrae de un tipo de trabajo directamente social y lingüístico, puesto que se trata de innovar las maneras mismas de relacionarse entre las personas involucradas en la producción. No se trata ya de supervisar despóticamente una rutina fija; sino de provocar nuevas ideas, nuevas maneras de colaboración, superar conflictos, aumentar las potencialidades del equipo. Ello implica el uso intensivo del discurso y la comunicación personal. El gerente líder logra su influencia mediante discursos, mediante prácticas significativas y relacionales.

Lo recuperable de esto es que es pertinente para una nueva estructura de la empresa de orientación socialista, donde se plantea la participación democrática de los trabajadores. Por supuesto allí la autoridad no puede ser única y principalmente formal, sino que tiene que derivarse de otro tipo de autoridad: moral, personal, cognitiva, política. De modo que en la formación del gerente como líder, esos nuevos elementos se convierten en necesidades.

4.- La cuestión ética:

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Detalle de "Another Brick in the Wall". The Wall. Pink Floyd

Al lado de los cambios en la concepción de la organización y del gerente, aparece la preocupación ética. No dudamos que esa apelación a la ética tiene un sentido ideológico claro: justificar el sistema capitalista empresarial, legitimar socialmente el sistema; pero además puede incrementar su rentabilidad, reportar algunos beneficios, especialmente en lo relacionado al ahorro en costos de transacción en pleitos judiciales, aparte del efecto ideológico interno a la empresa para intensificar el rendimiento.

Peter Drucker, uno de los grandes gurús de esta ideología gerencial, justifica la ética de las empresas como el precio de su éxito. En realidad, se tata de un discurso claramente ideológico, justificatorio de la empresa capitalista. Aceptar que la empresa es un ente moral y espiritual es dotarla de un carácter casi humano, además es aceptar su existencia natural y permanente.

Esta “moda” por la ética empresarial (cuya principal adalid ha sido la filósofa Adela Cortina, por lo menos en el área hispana), entre cuyos derivados se encuentra la tan llevada y traída “Responsabilidad social de la empresa”, presenta como su objeto introducir valores y normas compartidas “por una sociedad pluralista” lo cual requiere entender la empresa como una comunidad, que adecua su acción a los grandes principios de la Humanidad. La concepción ética de Cortina supone que existe cierta analogía entre la formación del carácter ético individual, y la organización empresarial: esa conexión se da a través de dos conceptos claves: la conciencia y la responsabilidad. Las decisiones colectivas de la empresa, no reducibles a la de los individuos que la forman ni al agregado de ellos, requieren la toma de conciencia de los valores para ir conformando una identidad, un carácter, propio de la empresa, con la cual ésta se hace responsable de sus decisiones y acciones. Así, la moralidad de la empresa tiene que ver con sus valores internos, con la cultura organizacional.

Cuando se aborda el tema de la organización, como objeto de estudio sociológico, puede tomarse un punto de vista funcional, estructural o sistémico. El aspecto específicamente moral tendría que ver, entonces, con los valores y obligaciones que orientan la acción de la organización en relación al resto de la sociedad (aquí entraría el tema de la Responsabilidad Social de la Empresa, por ejemplo), así como las orientaciones internas de sus componentes, tanto orgánicos, sistémicos o funcionales, como a nivel de los individuos y grupos de individuos que portan esas relaciones organizativas[1]. No es preciso realizar una demostración acuciosa para indicar que ese aspecto interno de la organización tiende en general a resaltar aquellas orientaciones morales (obligaciones, valores) que sean pertinentes a los objetivos generales de la organización. Es decir, aquello que sea funcional a esos objetivos, que contribuya a su funcionamiento, a su eficacia y eficiencia: lealtad, cooperación, sinergia, veracidad, diligencia, orden, identificación. En este plano, se le deja muy poco espacio a la libertad del individuo; más bien se trata de recalcar todo aquello que contribuya a la aceptación general de las obligaciones contraídas con la organización. La operación ideológica que en este aspecto se advierte es contribuir al “sentido de pertenencia”, la “identificación”, etc. En el otro plano, el de las relaciones de la organización con el resto de la sociedad, igualmente cabe una operación ideológica y política.

La denominada “Responsabilidad Social de la Empresa” no es más que traer a la conciencia de los gerentes las consecuencias sociales de la acción de las empresas, más allá de las responsabilidades con el dueño y los accionistas (o sea, maximizar las ganancias), para motivar una capacidad de iniciativa de acción en lo social. Es relativamente sencillo inferir que esa preocupación (que se presenta como “novedosa”) tiene que ver con una respuesta política e ideológica a “los problemas sociales” propios del capitalismo, en una situación política en la cual tales problemas sociales pueden convertirse en una amenaza para el capitalismo mismo. En otras palabras, la Responsabilidad Social de la Empresa participa de la misma motivación política de las respuestas socialdemócratas o del Estado de Bienestar, con un añadido epocal: se pretende privatizar la respuesta a los peligrosos problemas sociales. Esto da un marco específico a la propuesta: se habla de RSE cuando ya el estado se proclama como incapaz de atender toda la problemática social, por lo que se hace necesaria la colaboración de la propia clase capitalista (y no sólo de su estado) para resolver algunas cosas que podrían, en perspectiva, poner en peligro el sistema en su conjunto.

Como se trata de una interpretación, es decir, de una atribución de sentido a un discurso, cabe traer como refuerzo el testimonio de uno de los proponentes más entusiastas de la reflexión “ética-moral” en las ciencias sociales hoy en Venezuela: Emeterio Gómez, muy apreciado e invitado en nuestro medio universitario cada vez que se tocan estos temas. Comentaremos su texto Capitalismo solidario versus socialismo del siglo XXI.

Gómez va más allá de la Responsabilidad Social de la Empresa, planteamiento que para él es insuficiente. Y aclara: no se trata solamente de invertir en el bienestar de los trabajadores y de la comunidad circundante, o gastar en planes sociales o ambientales; la empresa hoy, dice, debe plantearse limitar su margen de ganancia para invertir en hacer el Bien y elevar la espiritualidad de toda la sociedad donde se desempeña.

Propone entonces la Responsabilidad Moral de la Empresa. La RSE para Gómez no alcanza la moralidad porque todavía se plantea el esquema de ganar-ganar, de aumentar las ganancias con esa eventual inversión social. Es decir, la RSE es meramente un asunto de rentabilidad, económica, de racionalidad, la cual, según el economista metido a filósofo, no basta para fundar la moral. La moralidad, para él, es la capacidad espiritual de los capitalistas para hacer el Bien, por encima de imposiciones legales y de conveniencias económicas. Nótese que aquí hay una confusión o mezcla de los planos de la ética (libertad) y moral (obligación). Hacer el Bien, para Gómez, es un asunto de la libertad, no de obligaciones. Pero esa libertad sólo es posible, para él, en las grandes empresas, que tengan suficiente tamaño y ganancias, como para tomar iniciativas sin estar obligados. Y esa “moral” sólo puede lograrse mediante el fomento de la “espiritualidad”. Incluso, llega a saludar la proliferación de textos de autoayuda y de la “Tercera Era” para gerentes.

Pero, si revisamos con más detalle la argumentación de Gómez, nos conseguiremos con el motivo político, patente desde el título del libro y muy lejano de la tan proclamada espiritualidad y búsqueda de Dios. La razón política de ese recurso a la moral, es ofrecer una alternativa ante la resurrección y recuperación de atractivos de la izquierda y el socialismo, en América Latina y específicamente en Venezuela.

Ya Gómez había explicado que el neoliberalismo de los ochenta y noventa en Latinoamérica, no había resuelto los graves problemas de pobreza y desigualdad, y que esta situación era la explicación de la recuperación (por lo menos, en este continente) del comunismo, supuestamente muerto con la URSS. Así que el planteamiento “en bruto” del capitalismo (el neoliberalismo, el culto al mercado, etc.) no es suficiente, ni moral, ni siquiera conveniente. La Responsabilidad Moral de la Empresa, además, está pensada, no para pequeñas o medianas empresas, sino para las grandes, las inmensas, las transnacionales, pues, que son las que pueden ser generosas, más allá del interés de maximizar sus ganancias.

No nos detendremos a confrontar las posiciones filosóficas de Gómez, muy deficientes por lo demás. Cabe sólo decir que, por insistir tercamente en descartar la razón como fundamento de la ética, no toma en cuenta los intentos de Appel y Habermas de fundar racionalmente la moralidad en la comunicación. No se refiere a Lévinas. Mucho menos considera la “Ética de la Liberación” de un pensador tan rico como Enrique Dussel, tan lejano del procedimentalismo de Habermas. La insistencia de Gómez en la espiritualidad, ese vago misticismo, a veces recuerda alguna lectura de Heidegger, sobre todo donde éste plantea que lo más elevado del Hombre es pensar el Ser aparte del Ente, existir en un “claro del Ser” donde éste se deja pastorear; habitar junto a él en el Hogar del Lenguaje, metáforas e imágenes que no logran borrar el compromiso nazi del filósofo, precisamente a cuenta del “Espíritu”. Gómez también menciona en repetidas ocasiones a Nietzsche como aval para sostener la limitación de la Razón en asuntos morales. Pero no se detiene en la explicación genealógica nietzscheana, que sostiene que las nociones morales (Bien, Mal) tienen su origen en una despiadada y opresiva desigualdad y jerarquía social, y la noción misma del “Deber” tiene que ver con la mítica deuda de los débiles frente a los poderosos. La violenta y cruel genealogía nietzscheana no tiene nada que ver con la “espiritualidad” de Gómez. Este no se percata de las repetidas expresiones anti-cristianas, anti-budistas y anti-judías de Nietzsche. En fin, el ataque a la razón moderna, por parte del supuesto maestro de Gómez, es fundamentalmente anti-religiosa y anti-humanista.

Tomamos como referencia el texto de Gómez, no sólo por la relevancia del autor en la discusión ética en algunas instituciones académicas en Venezuela; sino por la desnudez de su motivación política, que confirma nuestra interpretación de que la preocupación ética o moral es una respuesta ideológica a un cambio en la correlación de fuerzas políticas, que nuestro autor describe tan bien cuando habla del regreso del encanto de la izquierda. Se trata de esbozar una “utopía capitalista” frente al reencantamiento del enemigo utópico. Disputarle en el terreno utópico las voluntades.

Pero esa respuesta ideológica se encabalga con otros ideologemas significativos. En primer lugar, la supuesta defenestración del taylorismo, a favor de relaciones laborales más “humanas”, de grupo, que buscan la identificación del empleado con su empresa mediante masivos mecanismos de manipulación. Así mismo, la ideología gerencial de la eficacia, que coloca a la empresa como modelo social y proyecta la figura del gerente como paradigma en todos los campos vitales posibles.

Es posible que también, estemos asistiendo a un cambio en la eticidad del capital, pasando del simple egoísmo del homo economicus, al narcisismo del yuppie, autoayuda y espiritualidad Nueva Era incluidos. Ya hemos visto funcionalizaciones parecidas. La ética, junto a la preocupación ambiental, se adquiriría como capital simbólico con la marca. Tal vez asistimos a una situación parecida a la vivida en el Imperio Romano decadente, cuando la preocupación moral le abría las puertas a novedosos cultos, incluso a aquél surgido de los bajos fondos, de los esclavos y la gente más baja: el cristianismo. Como bien lo explica Erich Fromm, el paso del cristianismo de los proletarios romanos al cristianismo del Imperio, fue la inversión del Hombre devenido a un proyectado Dios, a un Dios encarnado temporalmente en Hombre. La misma inversión que, en su momento, denunciaron Feuerbach y Marx, asignándole el término de alienación.

En todo caso, dejarse llevar por los cantos de Sirena de la ética y la moral, asociadas con un supuesto “nuevo espiritualismo”, refleja por lo menos, una gran ingenuidad, sobre todo desde una disciplina que 0desde su gestación se sabía con fines y valores políticos. Habría, entonces, que hablar claramente de posiciones políticas, como discursividades que buscan disputarse la hegemonía, mediante la articulación de las demandas sociales, en el marco de un antagonismo irreductible, como lo pensaron Gramsci y Laclau. Hay que hacer honor a nuestra época, en la cual el socialismo resurge y reencanta la política. Este también sería un auténtico enfoque sociológico

5.- Determinismo tecnológico o voluntad política revolucionaria:

Detalle de "Outside the Wall". The Wall. Pink Floyd

Detalle de "Outside the Wall". The Wall. Pink Floyd

Los textos sobre “las nuevas teorías de la gerencia”, tienen una constante ideológica: el determinismo tecnológico. Especialmente las Tecnologías de Información y Comunicación aparecen como determinantes de la “necesaria” transformación de la organización. La posibilidad de almacenar, disponer y sobre todo compartir, grandes cantidades de información por parte de muchos, es la desencadenante de un “aplanamiento” de la estructura organizativa, como se ha dicho. Este determinismo tecnológico es notable en autores como Toffler, Brzezhinsky y Drucker. Hasta cierto punto, se manifiesta en Castels, con su modelo de la sociedad en red. Una investigadora venezolana, Carlota Pérez, habla de un nuevo paradigma tecnoproductivo que desplazaría al anterior, el basado en los combustibles fósiles, y cambiaría los modelos de producción (incluido el trabajo), distribución y consumo. El Nuevo Patrón Tecnológico del 70 y 80 estaría caracterizado por los chips, la microelectrónica, la bioingeniería y los nuevos materiales. Los productos pueden llegar a ser personalizados, por cuanto el fabricante dispondría de información de las preferencias de cada consumidor. Algo de esto ha sido así. Toffler trae a colación el ejemplo de ciertas textileras. Las nuevas concepciones del trabajo (intangible, altamente calificado, desfragmentador, entretenido, creativo, descentralizado, descentrado, deslocalizado) son posibilitados por esas nuevas tecnologías.

Lo que a veces se pierde de vista, aunque los autores lo hacen notar, en medio de esta fascinación con la tecnología, es que ésta a su vez se incorpora al proceso productivo, económico, cuando se articula a las necesidades sistémicas del modo de producción ya dado, o sea, al capitalismo. En los años 60 y 70 proliferaron los textos apologéticos de la tecnología como determinante de cambios sociales. Entre los autores que se sumaron a esta corriente interpretativa pueden mencionarse Marshall Mac Luhan, Alvin Toffler, Zvigniew Brzeszihnisky, etc.

La tecnología no es políticamente neutral. Díckson identifica por lo menos cuatro situaciones en que la tecnología se funcionaliza a estrategias de lucha de clases (Dickson, 1985): cuando la tecnología es utilizada para aumentar la supervisión y control sobre la fuerza de trabajo, cuando desplaza fracciones militantes del proletariado, aportando estabilidad en las relaciones laborales; así mismo, cuando hace mejoras a las condiciones de trabajo para aplacar las contradicciones. Finalmente, una tecnología puede convertirse en una amenaza de desplazamiento a un sector importante de trabajadores, para que éstos acepten determinadas condiciones de trabajo.

De la misma manera, puede identificarse la función de las tecnologías en el establecimiento y reproducción de relaciones de dependencia entre los países centrales y los periféricos subdesarrollados.

En términos generales puede afirmarse que los descubrimientos científicos y las innovaciones técnicas se incorporan a la producción cuando pueden ser funcionales a estrategias de lucha entre clases, competidores comerciales o naciones. Aunque la innovación en sí y por sí (pongamos, el invento de la computadora personal) no es “causada” por las exigencias del sistema, sí se hace funcional a los requerimientos de aceleración del tiempo de las transacciones bursátiles, de comunicación instantánea y planetaria de las corporaciones transnacionales, a la velocidad de cálculo y grandes proporciones de información procesables que requieren el tamaño de las finanzas y los negocios internacionales. Pero también, y esto es decisivo, al ambiente altamente competitivo del mercado mundial. La competencia feroz aparece en los textos de los gurús de la gerencia, como el gran motivo de las innovaciones de todo tipo, incluidas, por supuesto, las tecnológicas.

De modo, que plantearse cambios en las organizaciones y la gerencia de las empresas, para convertirlas en socialistas, debe tener otra fundamentación, diferente de la competencia por los mercados, con el caos y la turbulencia que implica, y el determinismo tecnológico. Ese otro fundamento es, ya lo hemos esbozado antes, una voluntad revolucionaria. Esta no se plantea desde el vacío. Atiende, eso sí, a una perspectiva diferente a la exclusivamente productivista y desarrollista. Esto constituye un reto a la imaginación y la inventiva teórica revolucionaria. Estamos en eso.

REFERENCIAS

CRESPO, Miguel Francisco (2003) “Lo ético de la ética empresarial” en Revista Venezolana de la Gerencia, número 22, abril-junio 2003, Universidad del Zulia, Maracaibo. Venezuela, pp. 307-329

DICKSON, David (1985) Tecnología alternativa. Ediciones Orbis. España.

GOMEZ, Emeterio (2007) Capitalismo solidario versus socialismo del siglo XXI. Los libros de El Nacional. Caracas. Venezuela.

PUERTA, Jesús (1992) “Nuevo patrón tecnológico, capitalismo mundial y situación venezolana” en revista FACES UC, n. 9, Año III, Octubre-diciembre 1992. Universidad de Carabobo. Valencia. Pags. 34-42.

RINCON, Derlisiret, y ROMERO, María Gracia (2002) “Tendencias organizacionales de la empresa” en Revista Venezolana de la Gerencia. Julio-noviembre 2002, Vol.7, n. 19, Universidad del Zulia. Maracaibo, Venezuela. Pp. 355-374.

VIRNO, Paolo (2003) Gramática de la multitud. Para un análisis de las formas de vida contemporánea. Traficantes de sueños. Buenos Aires.

ZAMORA, Angel, PORIET, Yenitza (2006) “Papel de los líderes y nuevas tendencias del liderazgo en el siglo XXI” en revista FACES, Volumen XVII, n. 1, enero-julio, 2006, Universidad de Carabobo, Valencia. Venezuela. Pags. 61-73


[1] Como hablamos de sociología, no nos referimos a abordajes desde la economía, el neoinstitucionalismo o tendencias parecidas, que parten de un individualismo metodológico incompatible con la orientación “holística” del funcionalismo, el estructuralismo o la teoría de los sistemas.

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Protestas en Francia contra Empresas Nucleares Contratadas para Asesorar a Venezuela

Gustavo Fernández Colón

Protestas en la Central Nuclear de Tricastin

Protestas en la Central Nuclear de Tricastin

Centenares de manifestantes se agolparon el pasado 25 de octubre en las inmediaciones de la central nuclear de Tricastin, en Francia, para protestar por los recurrentes derrames de uranio radiactivo ocurridos, desde el pasado mes de julio, en uno de los reactores de este complejo industrial dedicado a la generación de electricidad.

La marcha, convocada por la Red «Salir de lo nuclear», se realizó a partir de las tres de la tarde.  Varios de los participantes portaban pancartas en las que se leía «energía nuclear = cáncer», mientras otros marcharon con máscaras antigases y trajes de protección contra la radioactividad. También se llevó a cabo la dramatización de un desastre nuclear, con decenas de víctimas ficticias, antes de que la multitud concluyera la protesta con una concentración frente al Ayuntamiento de la Comuna de Bolena (Bollène en francés).

Decenas de policías fueron apostados para bloquear la entrada de los manifestantes a las instalaciones de Tricastin, administradas por el consorcio estatal AREVA y la Electricidad de Francia. Estas compañías son las mismas que recientemente han ofrecido su asesoría técnica al gobierno de Venezuela para la construcción de una central nuclear en nuestro país.

Los derrames de uranio que originaron estas protestas, contaminaron las aguas del manto freático y los ríos de La Gaffière y de Auzon, tributarios del Ródano. Debido a la gravedad del asunto, las autoridades se vieron obligadas a tomar medidas de emergencia como la evacuación de varios lagos de interés turístico; la prohibición de la pesca, el consumo de agua local y el riego de sembradíos; así como el pago de indemnizaciones a los agricultores que perdieron sus cosechas. Según la prensa francesa, 74 kilos de uranio fueron vertidos al medio ambiente como resultado de un exceso en los depósitos de la empresa SOCATRI (Sociedad Auxiliar de Tricastin) perteneciente al grupo AREVA, en la noche del 7 al 8 de julio. Y el 23 de julio, un centenar de trabajadores resultaron contaminados con polvo radiactivo durante una operación de mantenimiento del reactor N º 4 de la Central FED, muy cerca de la usina de SOCATRI ya mencionada.

Para colmo de males, el pasado 8 de septiembre durante una operación rutinaria de recarga de combustible, dos barras de uranio enriquecido -que podrían contener plutonio- quedaron colgadas de la tapa de la vasija del reactor Nº 2 de la planta de Tricastin. Las barras, que pesan unos 800 kilogramos cada una, quedaron suspendidas accidentalmente sobre las otras 155 varillas de combustible que conforman el núcleo del reactor, pudiendo caerse en cualquier momento y provocar una reacción nuclear incontrolada. Las operaciones de reparación pueden resultar extremadamente peligrosas, de modo que el reactor podría terminar condenado, a la espera de que las generaciones futuras encuentren una solución. Las autoridades han clasificado la gravedad del incidente como de nivel 1 en la Escala Internacional de Sucesos Nucleares, pero los activistas del movimiento «Salir de lo nuclear» sostienen que la situación podría ser mucho más seria de lo que el gobierno francés ha reconocido públicamente.

Incidentes como éstos deben llamarnos a la reflexión a los venezolanos, sobre los riesgos innecesarios que traería consigo la construcción de centrales nucleares para la producción de electricidad en nuestro país. Sobre todo si se tiene en cuenta la gran variedad de energías limpias y baratas disponibles a todo lo largo y ancho de nuestro territorio, como la hidroelectricidad del Caroní, el potencial eólico de los estados Zulia y Falcón, las enormes reservas de gas aprovechables para la generación termoeléctrica, el potencial geotérmico de la falla tectónica que atraviesa nuestras costas orientales y nuestra abundante energía solar. De ahí nuestro llamado al presidente Chávez y a las máximas autoridades del gobierno bolivariano, para que reconsideren la idea de desarrollar una industria nuclear que a la larga sólo traería más perjuicios que beneficios para todos los venezolanos.

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